martes, 16 de junio de 2009

Deshonestidad, Falta de Respeto, Promiscuidad Sexual y Violencia

"Esta generación ha erosionado su fe fundamental en la moralidad y la verdad".

Hubo un tiempo en que los niños se criaban en un entorno que les comunicaba normas absolutas para el comportamiento: ciertas cosas estaban bien y ciertas cosas estaban mal. Los padres, maestros, ministros, obreros juveniles y los demás adultos colaboraban en un esfuerzo común por comunicar que se debía hacer lo que es bueno y no hacer lo que es malo.

En una época, nuestra sociedad, en general, explicaba el universo, la humanidad y el propósito de la vida según la tradición judeocristiana: la creencia de que existe la verdad y que todos pueden conocerla y comprenderla. Un entendimiento claro de lo que es bueno y lo que es malo le daba a la sociedad una norma moral con la cual medir el crimen y el castigo, la ética comercial, los valores comunitarios, el carácter y la conducta social.

Se convirtió en la lente por medio de la cual la sociedad veía la ley, la ciencia, el arte y la política; la cultura en general. Se proporcionaba así un modelo coherente que fomentaba el desarrollo sano de la familia y de comunidades unidas, y alentaba la responsabilidad y el comportamiento moral.

Pero eso ha cambiado drásticamente. Nuestros hijos se están criando en una sociedad que en general ha rechazado las ideas de la verdad y la moralidad; una sociedad que ha perdido la habilidad de discernir entre lo que es bueno o es malo. La verdad se ha convertido en cuestión de gusto; la moralidad ha sido reemplazada por la preferencia individual. Los jóvenes de hoy están creciendo en una cultura que refleja la “Filosofía Playboy”, de Hugh Hefner que dice: “si te hace sentir bien, hazlo”.

Nuestros hijos rara vez oyen las palabras “bueno” y “malo” en boca de Hollywood, Nashville y las agencias publicitarias de Madison Avenue; en lugar de ello, son bombardeados con miles de horas de sonidos e imágenes que ensalzan la inmoralidad y se burlan de los valores bíblicos.

Nuestros jóvenes se están educando en escuelas que dicen ofrecer una educación “libre de valores, moralmente neutra”. Los maestros y los libros de texto dicen: “No podemos decirles lo que es bueno y lo que es malo. Ustedes deben decidirlo por su propia cuenta. Sólo podemos darles a conocer todas las opciones.”

William J. Bennett (ex secretario de Educación de los EE.UU. de A.) cita un artículo del New York Times de 1985 en su libro The De-Valuing of America (La desvaloración de América):

El artículo habla de una sesión de consejo para quince estudiantes de los últimos dos años de la escuela secundaria. Durante el transcurso de esa sesión un estudiante llegó a la conclusión de que una compañera había sido tonta por devolver mil dólares que encontró en una cartera en la escuela. Según el artículo, cuando los jóvenes pidieron la opinión del consejero, “dijo que creía que la muchacha había hecho lo correcto, pero, por supuesto, él no quería imponerles sus valores. ‘Si asumo una posición con respecto a lo que es bueno y lo que es malo, entonces no soy su consejero’, explicó”.

No es difícil darse cuenta de que tales mensajes no son valores neutrales; enseñan el relativismo: la creencia de que lo que es cierto para usted tal vez no sea cierto para mí. Si un consejero les dice a los adolescentes que lo que es bueno y lo que es malo es una decisión totalmente de ellos, ese consejero está comunicando una filosofía que niega la existencia de normas fundamentales de verdad y moralidad.

Cuente con ello, si no lo han hecho todavía, sus hijos pronto se encontrarán en un ambiente educativo que rechaza la idea de la verdad absoluta. La primera oración del libro The Closing of the American Mind (La clausura de la mente americana) de Allan Bloom dice: “Sólo hay una cosa de la cual el profesor puede estar completamente seguro: casi todo estudiante que entra en la universidad cree, o dice creer, que la verdad es relativa.”

Muchas escuelas secundarias y universidades de la actualidad no sólo refuerzan y promueven esa forma de pensar; ¡han pasado de ser instituciones que ayudan en la búsqueda del conocimiento a ser instituciones que niegan la posibilidad de conocer algo objetivamente!

En un ambiente así, no es de sorprender que el 70% de la generación de hoy (tanto los jóvenes de nuestras iglesias como aquellos que no lo son) declaran que la verdad absoluta no existe, que toda verdad es relativa. La mayoría dice que todas las cosas en la vida son negociables y que “no se puede saber nada a ciencia cierta salvo lo que se experimenta en la vida propia”.

En otras palabras, no creen que se pueda definir nada como bueno o malo en forma definitiva. Tanto padres como jóvenes me han expresado este punto de vista repetidamente; se refieren a cierto comportamiento y dicen: “A mí me parece mal, pero cada uno tiene que decidir por sí mismo si está mal para él; no puedo obligar a nadie a creer lo mismo que yo.”

Por supuesto que hay mucho que decir a favor del respeto a las opiniones ajenas. Pero nuestra sociedad ha enfatizado tanto la decisión personal y la tolerancia que prácticamente una generación entera de jóvenes ha rechazado la existencia de normas absolutas de lo que es bueno o malo. Y este modo de pensar ha surtido un gran efecto en sus hijos y en los míos.



Fuente: Tomado del libro: Es Bueno o es malo. Escrito por Josh McDowell, Bob Hostetler, Nelda B de Gaydou. Publicado por Editorial Mundo Hispano, 1996

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